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Hace dos años, Vladimir Putin ini­ció una agre­sión mili­tar no pro­vo­ca­da con­tra Ucrania, cau­san­do muer­te y des­truc­ción iné­di­tos des­de la Segunda Guerra Mundial. La gue­rra con­tra Ucrania coin­ci­dió con una cre­cien­te y seve­ra repre­sión de la disi­den­cia polí­ti­ca y la liber­tad de expre­sión en Rusia. Hace poco, el mun­do se ha que­da­do sobre­co­gi­do por la muer­te de Alexei Navalny, el prin­ci­pal adver­sa­rio polí­ti­co de Putin. Antes de entrar en pri­sión, don­de fue tor­tu­ra­do y ase­si­na­do, Navalny sobre­vi­vió a un enve­ne­na­mien­to con agen­tes quí­mi­cos pro­mo­vi­do por el esta­do ruso. A pesar de esa expe­rien­cia ate­rra­do­ra, eli­gió vol­ver a Rusia, desa­fian­te, en un acto de patriotismo. La gue­rra
Nuestra decidida protesta contra las acciones militares lanzadas por las fuerzas armadas de nuestro país en el territorio de Ucrania. Este paso fatal conduce a una enorme pérdida de vidas y socava los cimientos del sistema existente de seguridad internacional. La responsabilidad de desatar una nueva guerra en Europa recae enteramente en Rusia.